

Si los restauranteros supieran que todo lo que ocurre en sus establecimientos es marketing, claramente tendrían en la experiencia de sus clientes una razón para no darse por vencidos. El año pasado, por ejemplo, el promedio de cierres era 5 de cada 10. Dato que contrasta increíblemente con el 25% del crecimiento del sector este año. Parece una radiografía del absurdo, pero en realidad no lo es tanto. Si midiéramos de acuerdo a una ecuación que porcione en partes iguales: producto, atención al cliente e imagen, es muy probable que encontremos desequilibrio entre ellas. En un mercado donde hay tanto de lo mismo, la oferta necesita diferenciar su propuesta de valor y por supuesto, preocuparse porque sus prospectos la conozcan. Sin clientes felices, no habrá restaurante sostenible a largo plazo.